¿?
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11.7.10
Siento que debería salir y caminar un poco por la calle. He tomado mi bicicleta y la he dejado caer. Mis estados de ánimo cambian constantemente y eso me fastidia. No logro comprender porqué me enojo sin razón aparente y, en especial, cuando tomo. Me parece que el licor no me sienta bien.
Ayer bebí demasiado.
No recuerdo mucho las cosas que hice ni que dije. Tengo recuerdos vagos, pero prefiero no pensar en ellos porque me tumbarían. Sé que me enojé y, quizás, culpé a mi acompañante sin justificación; y por más que me diga que no le fastidió, a mí sí me fastidia tener este carácter maldito que me mata los días siguientes. Pero, por dios!, yo lo digo siempre, estoy algo zafada. No entiendo muchas cosas que están pasando... no, sí las entiendo, sólo que no quiero verlas como debería verlas.
La fuerza se saca de adentro, pero a veces siento que estoy llena de nada. Despertar y observar la luz atravesada desde la ventana ajena, el sonido de los carros, los cobradores gritando, la sirena de un policía, gritos, voces, bulla, el caos de la ciudad; pero todo calma cuando sientes una mano apoyándose en tu espalda, sobándotela lentamente.
Basta! Es demasiado para esta época de cambios. Y todavía me preguntas ¿porque soy tan rara? La verdad, tú también lo eres, y aunque las cosas estén más claras para ti, yo me hago bolas en la cabeza pensando en todo este concepto sin nombre.
Hoy día, al salir de tu casa, no me sentí nada bien. Pensaba que debería ser aquél perrito que se nos cruzó en el ascensor. Pensaba que, caminar por esa avenida, en éste día tan gris al lado tuyo, no calzaba para nada. Debía caminar sola, pero me dejé llevar por tu saco negro, por tu preocupación, por el silencio que nos mató.
Ya en el taxi, me cogiste la pierna y yo te cogí la mano. La amplitud de aquél taxi nos distanció. Tu mirada perdida en la calle a través de la ventana, y la mía observando aquella nuca, me terminó por volcar la cabeza en la mismísima mierda. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Yo soy ciega, pero lo veo todo
Ayer bebí demasiado.
No recuerdo mucho las cosas que hice ni que dije. Tengo recuerdos vagos, pero prefiero no pensar en ellos porque me tumbarían. Sé que me enojé y, quizás, culpé a mi acompañante sin justificación; y por más que me diga que no le fastidió, a mí sí me fastidia tener este carácter maldito que me mata los días siguientes. Pero, por dios!, yo lo digo siempre, estoy algo zafada. No entiendo muchas cosas que están pasando... no, sí las entiendo, sólo que no quiero verlas como debería verlas.
La fuerza se saca de adentro, pero a veces siento que estoy llena de nada. Despertar y observar la luz atravesada desde la ventana ajena, el sonido de los carros, los cobradores gritando, la sirena de un policía, gritos, voces, bulla, el caos de la ciudad; pero todo calma cuando sientes una mano apoyándose en tu espalda, sobándotela lentamente.
Basta! Es demasiado para esta época de cambios. Y todavía me preguntas ¿porque soy tan rara? La verdad, tú también lo eres, y aunque las cosas estén más claras para ti, yo me hago bolas en la cabeza pensando en todo este concepto sin nombre.
Hoy día, al salir de tu casa, no me sentí nada bien. Pensaba que debería ser aquél perrito que se nos cruzó en el ascensor. Pensaba que, caminar por esa avenida, en éste día tan gris al lado tuyo, no calzaba para nada. Debía caminar sola, pero me dejé llevar por tu saco negro, por tu preocupación, por el silencio que nos mató.
Ya en el taxi, me cogiste la pierna y yo te cogí la mano. La amplitud de aquél taxi nos distanció. Tu mirada perdida en la calle a través de la ventana, y la mía observando aquella nuca, me terminó por volcar la cabeza en la mismísima mierda. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Yo soy ciega, pero lo veo todo
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