El zorrito llamado dinero

Posted by ... | Posted in | Posted on 22.10.08


¡Pero claro que el dinero sirve! ¿Cómo no va a servir? Todos vivimos de él ¿no?

Pero también es cierto que el dinero revela aquél rinconcito que tenemos las personas, lleno de avaricia, envidia, rencor, venganza y, sobretodo, ese egoísmo y egocentrismo que a unos enceguece y a otros, sólo nos hace pasar un mal rato.

Mi familia nunca ha tenido dinero (recuerdo una vez que la tal Pochita, ésa que lee las cartas, nos aseguró que mi familia jamás iba a tener dinero ¡y vaya que acertó!).

Mi papá es zootecnista con fuga de agricultor y mucho de economista rural, le gusta toda esa nota del campo que yo adquirí en la infancia pero que agarré pavor cuando mi mamá nos metió en la cabeza que la agricultura era una pérdida de tiempo. (Mejor quedo callada). Pero, precisamente, gracias a esa mujer “linda, trabajadora y mimosa” (cualidades que hoy, mi sobrino de 7 años, puso a su abuela, mi madre, en su tarea escolar) aprendimos que el dinero no lo es todo, que el dinero se acaba y que luego vuelve y que hacer dinero en el Perú es fácil, lo difícil es hacerlo con la suficiente entereza moral para no caer en actos de corrupción o hacerlo sin estar en el círculo elitista peruano al cual llegas o por tu apellido, por tu dinero o por que te acostaste con alguien.

Muchas veces nos cortaron la luz de la casa y no precisamente por los racionamientos que hubieron, sino porque no pagábamos. Esas noches con velas dentro y postes prendidos fuera, fueron, paradójicamente, las más graciosas y divertidas. Lo jodido era cuando tenías que estudiar (si alguna vez tú papá o tú mamá te contó aquella historia de una persona que era tan pobre que no tenía luz en su casa y que se iba a los postes para estudiar y que, ahora, es una persona que chorrea dinero; bueno, ese papel yo lo he cumplido, claro que el final no es el mismo, porque no chorreo dinero y creo que tampoco lo haré). La verdad lo hice un par de veces, sólo cuando fue estrictamente necesario, pero no me da vergüenza decirlo, tampoco me enorgullezco, pero lo puedo contar abiertamente.

Mi ambición en la vida no significa tener mucho dinero, ni comprarme ropa carísima y de marca, ni vivir en una casa de lujo con esposo, hijos y un perro, irme al gym por las mañanas y por las tardes salir de shopping con las chicas. No pues, eso no quiero. Tampoco quiero pudrirme bajo un techo frente a un teclado y debajo de un reflector sin tener vida sólo por ganar $5,000 al mes o quizás más, no lo sé, pero sin tener vida, contando con un día para hacer mis cosas, ya que el domingo lo dedicaría a la resacaza por haber bebido todo el bar para “acabar con el stress de la semana”.

Yo sólo quiero hacer lo que me gusta, punto final. Si eso no me da plata, pues ni modo, total, ya sé lo que es vivir sin plata.

Pero lo que me jode de todo esto y a lo que va este post (y después de explayarme en demasía) es que muchas veces nos olvidamos de todo este rollo, habiendo crecido con él, y nos escudamos en nuestra vida tan ocupada, en nuestros estudios tan importantes, en nuestra edad tan avanzada, en nuestro tiempo perdido y mal aprovechado, para vivir cómodamente sin trabajar, esperanzados en un dinero que no es tuyo.

El dinero enceguece a las personas, los hace olvidarse de donde vinieron y, sobretodo, hace reinar al egoísmo disfrazado de necesidad, a la comodidad disfrazada de lealtad, convierte a las personas en capaces de sacarse los ojos por uno cuantos dólares y, sin querer, las convierte en sus peores enemigos, en esos personajes tantas veces odiados por uno mismo, en el que juraste nunca convertirte, pero que, sin embargo, siempre lo fuiste.

Basta ya de charlatanería barata y muestra esa cara de ambición desmedida que tienes para con la plata fácil, sin importar a quien pisar, sin pensar en razones lógicas y hasta amorosas. Entiende el problema y por primera vez en tu vida reacciona ahora y no esperes, otra vez, que sea demasiado tarde para pedir perdón.

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